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24-11-1946

A propósito de “sobre legislación de indígenas”

El mito de la incapacidad del indio chileno como agricultor, sale a relucir a menudo en diarios y revistas, con artículos someramente fundamentados, que evidencian un desconocimiento absoluto de los problemas indígenas de Chile, muy semejantes a los del resto de la América del Sur.
No pretendo referirme a las leyes mismas ni a sus efectos, que en su artículo SOBRE LEGISLACIÓN DE INDIGENAS, publicado el 18 del presente, el señor Otto Berg, cita para ilustrar sobre la materia, sino que a las afirmaciones enfáticas de algunos de sus párrafos, en el sentido de que el indio no puede ser agricultor. “¡El indio jamás será agricultor!”, dice textualmente el articulista.
Se ha confundido lamentablemente, la desposesión de medios modernos, y el desconocimiento de métodos adecuados para el cultivo de la tierra, con una inercia absoluta.
El indio vive en el caso especial, de trabajar una tierra, que podemos decir, no es suya. Solamente desde 1943 la ley le ha conferido la facultad de participar como dueño legítimo en operaciones de compra-venta. Desposeído de derechos sobre ella, no ha contado nunca con la poderosa palanca del crédito fácil y prudente, reconocido por los legisladores como indispensable para el fomento de la producción y por ende del mejoramiento económico.
Muchos, no cito nombres por no contar con las autorizaciones correspondientes, han comprendido la búsqueda de fortuna fuera de Chile, en la República Argentina, y vueltos de ahí con capital por lo menos suficiente para desenvolverse con eficiencia como agricultores, han adquirido una solvente situación económica, con cuya respaldo cuenta para desarrollar sus actividades, asistidos del crédito. Quintas, siembras, chacarerías, cultivo de forrajes, instalaciones de galpones, adquisición de maquinarias, aseveran lo anterior. Pero una inmensa mayoría no ha estado en condiciones de emigrar a otro país.
Por otra parte, debe reconocerse el egoísmo con que han actuado siempre los colonos alemanes, maestros en la agricultura, como lo dice el señor Berg. No han influenciado en el medio-ambiente. Laboran, sólo para ellos.
Ni siquiera la escuelita rural, cumple muchas veces con su cometido, por falta de métodos que correspondan efectivamente al campo en que desarrollan sus labores. Debo dejar establecido, que se encuentran en excepción, las Escuelas Misionales de los Padres Capuchinos, verdaderos benefactores del indio, y algunas escuelas Evangélicas, que ejercen apostolados en nuestros campos. Pero si inapreciable es la influencia de éstas en el espíritu del indio, no puede traducirse en progreso material, si no cuenta previamente con el apoyo formal de las leyes de la República. La solvencia moral, unida a la económica, es fuente indiscutible de progreso.
El indio aparenta tener en abandono su terruño, porque el precisamente vive abandonado. No es mago de finanzas para hacer maravillas, si apenas cuenta con un lote de terreno dividido ya en una proporción de 2 y 4 hectáreas por persona, y debe en él, sembrar, descansar los suelos, y disponer de talajes, y lejos de contar con esta solvencia a que me he referido, actúa en un ambiente predispuesto a serle desfavorable en todo sentido.
No es incapacidad. Los sanos principios filosóficos no admiten privilegios de capacidad, mucho menos espiritual, para determinadas raza. Y esta capacidad espiritual, es la fuerza motriz de los actos fundamentales del progreso.
Si ser agricultor, es dirigir las faenas agrícolas desde un flamante escritorio, secundarse de hábiles mayordomos, verdaderos responsables del cultivo de la tierra, estoy muy de acuerdo con el señor Berg. El indio no es agricultor. Pero si ser agricultor, es empuñar la mancera dura y resistente del arado para surcar la tierra, regar el surco reacio con el sudor de la frente retostada, vivir de la tierra, con las esperanzas puestas en la simiente arrojada con la misma gravedad y decisión del que juega su suerte con la mirada alerta pendiente de los cambios del tiempo que perjudiquen o favorezcan las siembras, si eso es ser agricultor, entonces la afirmación del señor Berg, es completamente falsa. El indio, no solamente puede ser, sino que es agricultor desde hace algunos siglos a esta parte, por eso subsiste. El no recibe limosnas, ni vive agradecido con la ayuda de instituciones de beneficencia. Vive por sus manos, vive de la tierra que cultiva, malamente a veces por falta de recursos, pero que cultiva.
Yo también he recorrido los campos de Malleco y Cautín y sobre todo Cautín durante veinte años, como el señor Berg. Pero, he convivido con sus indios, he palpado sus necesidades, he conocido de cerca sus esperanzas, he visto y he medido muy profundamente la hondura de sus preocupaciones. Conozco a fondo sus maneras de vivir, y puedo asegurar que la mitológica incapacidad y flojedad del indio chileno, es una aseveración errada y mal fundamentada.
La historia de nuestra época colonial se repite. El indio es mirado como un ente extraño. Hay que librarse de el, estorba. En los alrededores de las ciudades constituye un cinturón de fealdad y vergüenza. Al indio se le debe anatematizar duramente, pero no ayudarlo. Se le debe achacar una inerte pasividad, pero no comprenderlo. Nuestros políticos hablan de incorporarlos definitivamente a la vida nacional. Pero en la práctica, subsiste esta valla insalvable, tras la cual se parapetan los que creen entender el problema, y escriben, hablan y fallan, pero siempre condenando, casi nunca cooperando con las luces de sus inteligencias, a mejorar una gran masa de nuestro pueblo, que es parte integrante de la ciudadanía chilena.
Yo no sonreiría tan despectivamente, como el Sr. Berg, cuando en nuestras esferas gubernamentales se habla de enseñar al indio y darle medios. Eso es precisamente lo que falta. Por el contrario de hundirlo, levantarlo. Y digno de reconocimiento, es esta laudable iniciativa de preocuparse de dar oportunidades al indio. Así se hace patria.
G.I.P.

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