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02-03-1933

Cincuentenario de la Misión de Boroa. ¡He aquí una efemérides civilizadora!

Cincuenta años de vida cumple en abril del presente año la Misión de Boroa, hogar sagrado del saber y de la virtud. Está ubicada en un promontorio ostentando en su campanario la Cruz del Evangelio, que significa redención de la Humanidad caída. En ella despliegan sus actividades misioneras los hijos del S.xx de Asis, aquel taumaturgo que se conquisto en la tierra, el hermoso título de santo. Este hombre de genio superior, despreció las pompas engañosas del mundo, para dedicarse a catequizar a los paganos de su tiempo y agregarles al redil que tiene un solo Pastor.
¡Leer y honrar al gran apóstol de los gentiles y fundador de las misiones! La obra evangelizadora de San Francisco es universal y también ha repercutido en el del mismo corazón de Chile, en las comarcas de la Araucanía, donde el auca indómito rindió sus armas de guerra para reconocer el trabajo triunfal del humilde Pescador de Galilea. El fiero toqui inclinó su frente altiva para recibir el agua purificadora, haciendo el juramento solemne de adorar lo que había quemado y quemar lo que había adorado. Ahora bien, iluminado por las luces de la fe, el ilustre cacique de Boroa, don Juan de Dios Neculman, que reposa en la paz de los muertos, gestionó para traer misioneros a la tierra que tanto amara para que los habitantes de su camino, recibieran los conocimientos diversos de la adoración y la moral cristiana. Después de vencer varios obstáculos, tuvo la gran satisfacción de conseguir lo que anhelaba su corazón amante del progreso educacional de su pueblo. Según testigos oculares, este jefe de tribu fue personalmente a la ciudad de Angol con numerosos mocetones y todo lo necesario para buscar al primer misionero que traía la embajada del cristianismo en la tierra denominada Boroa.
Como es de suponer desde luego hubo un cambio radical en las costumbres e ideologías. El Cacique Neculman dio el ejemplo. Jamás practicó las rogativas de carácter pagano y siguiendo los consejos de los hombres civilizados, guardó y respetó las fiestas de la Iglesia y de la patria; tales como el 25 de diciembre y la fecha nacional del 18 de septiembre, días en que celebraba grandes reuniones con los jefes de las tribus vecinas, deliberando sobre asuntos de interés local o novedades del país.
Fue un hombre extraordinario con alma de caballero y de una clarividencia capacidad con que la Naturaleza lo había dotado, consagrándola en beneficio de sus semejantes y se alejó de este mundo después de haber hecho el bien. Aún hoy día perduran esas significativas reuniones en Boroa en las fechas ya indicadas haciendo su jefe, su entusiasta hijo don Rosario Neculman, que conserva el linaje de su difunto padre. Podemos decir sin temor de equivocarnos, que la Misión de Boroa encierra una vida histórica, cumpliendo con el deber de iluminar las inteligencias juveniles, inculcando en sus espíritus el amor al Autor del Universo, a la Naturaleza, a la Patria y sus héroes y a la Sociedad Humana. Mirando el pasado contemplará su obra en el vasto campo de la educación de los hijos de Chile y dirigiendo su vista en los horizontes del futuro verá lo que falta para continuar la noble tarea emprendida, enrielando sus actividades según las exigencias de la vida moderna. El mundo sigue evolucionando bajo diversos aspectos de su existencia igual proceso deben desarrollar los establecimientos de cultura que tienen la noble misión de educar las generaciones, los futuros ciudadanos que tomarán el timón del Estado y dirigir el navío al seguro puerto del honor y de la gloria.
Cincuenta años de vida, de vida silenciosa y tesonera como excelsa y meritoria, lleva a cuestas la Escuela Misional de Boroa, producto de la iniciativa de un lonco araucano que es acreedor a la gratitud sincera de los habitantes de estas fértiles regiones de nuestra Patria querida.
La Providencia bendecirá su obra social, irradiando con su luz a todos los hogares, despejando la ignorancia espiritual en la juventud, en cuyas tablas llegan en desordenado tropel los pequeños peregrinos de la Patria, convencidos que ahí se opera el milagro del Evangelio en que los mudos hablan, los sordos oyen y los ciegos ven.
Marcelino Ñanculeo T.
Boroa, marzo 1° de 1933

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